El café arábica (Coffea arabica) es originario de tierras altas de Etiopía, de más de 1000 m.s.n.m.. En los años 575 y 890 D.C., los persas lo llevaron a Arabia y Yemen, y se extendió también a Mozambique y Madagascar. Entre 1600 y 1700 fue introducido en Posteriormente llegó a Holanda y a Francia.
En un tratado anónimo de 1671, en Lyon, denominado “L. Usage de Caphé, du thé et du chocolate”, se mencionan las cualidades atribuidas a esta infusión “que deseca todo humor frío y húmedo, expulsa los vientos, tonifica el hígado, alivia a los hidrópicos por su naturaleza purificadora; resulta también excelente para la sarna y la corrupción de sangre, refresca el corazón y el latido vital de este, alivia a los que tienen dolores de estómago y a los que han perdido el apetito, es igualmente bueno para las indisposiciones de cerebro frías, húmedas y penosas. El humo que desprende es bueno contra los flujos oculares y los zumbidos de los oídos, resulta excelente también para el ahogo, los catarros que atacan al pulmón, los dolores de riñón y las lombrices, es un alivio extraordinario después de haber bebido o comido demasiado”.
En 1727, el café llegó a Brasil procedente de Sumatra, y luego pasó a Perú y Paraguay. Por otra parte, de París pasó a la Guyana Francesa, Haití y Santo Domingo; y posteriormente se extendió a Puerto Rico y a Cuba. De allí pasó también a El Salvador, Guatemala, Bolivia, Ecuador, Panamá y Costa Rica.